Hace poco más de una semana se estrenó Otro viernes de locos, secuela de aquella comedia del 2003 que marcó la infancia y adolescencia de muchos de nosotros. Y contra todo pronóstico —y contra la corriente de reboots y remakes que suelen naufragar—, esta nueva entrega encontró una fórmula justa para no solo no ser un fracaso, sino conseguir ser un verdadero éxito en taquilla y crítica.
Con un guión ágil, pensado para recuperar el humor efectivo que funcionaba en los dosmil pero adaptado a esta época, la película logra genuinamente esa capacidad de hacerte querer volver a verla un domingo en familia. El mismo efecto que consiguió la original, y eso hoy —por lo menos para mí— no es menor. Además, esta nueva entrega supo sortear los obstáculos que atravesó durante su producción, desde las dificultades personales de parte del elenco hasta los conflictos con guionistas, y aun así salió airosa.
Porque Otro viernes de locos llega en un contexto adverso. Como bien analizó Lucas Baini (Cámara en Mano) en uno de sus últimos videos, la asistencia a los cines está en caída libre y no sólo en Argentina, por la situación económica del ´país. Sabemos que siempre la cultura es lo primero que en lo que se ajusta en modelos económicos como el actual, pero eso es tema para otro día.
La situación del cine se está replicando en gran parte del mundo. Las causas se acumulan: entradas cada vez más caras, competencia feroz de las plataformas, programación repetitiva, salas deterioradas y un público cansado de ser tratado como espectador cautivo y no como cliente que merece una experiencia de calidad.
En ese escenario, es fácil entender por qué la industria sigue aferrándose a fórmulas probadas, apelando a la nostalgia como salvavidas. Lo difícil es aceptar que esa estrategia, aunque a veces funcione —como en este caso—, no alcanza para revertir la crisis de fondo: la desconexión entre lo que las grandes productoras creen que queremos ver y lo que realmente buscamos como audiencia.
Hace unos días, Guillermo Francella dijo en OLGA que “hay cine que es muy premiado pero le da la espalda al público”. En mi opinión, es exactamente al revés: es la industria, desde posturas como la de Francella, la que muchas veces le da la espalda al público, subestimando su capacidad de interés y diversidad. Apostando casi exclusivamente a lo seguro, al refrito, al título que parece garantía de taquilla, como si todo lo demás fuera un riesgo inútil. El resultado está a la vista: salas más vacías, ventanas de exhibición cada vez más cortas, menos funciones en versión original y más espectadores que prefieren quedarse en casa. El público no se aleja del cine porque haya películas “difíciles” o “de festival”, en mi opinión, se aleja cuando se siente menospreciado, cuando la experiencia que se le ofrece es pobre o repetitiva.

Otro viernes de locos es la prueba de que el cine comercial puede funcionar si se toma en serio a su audiencia, si entrega calidad y no solo marketing, porque en ese caso, claramente todos vamos a preferir ver varias películas desde la comodidad de nuestra casa, pagando una suscripción lo mismo que cuesta una entrada de cine. Si la industria sigue creyendo que lo único que queremos es la enésima secuela sin alma o un live action poco interesante, el próximo remake podría no tener tanta suerte.
En definitiva, no se trata solo de esperar el próximo golpe de suerte que pueda pegar la industria, sino de que dejen de mirar al público como un número y empiecen a tratarlo como lo que es: la razón misma por la que el cine existe. Si no hay una autocrítica real y un cambio en la manera de programar, producir y exhibir, ni la nostalgia más efectiva podría salvar a las salas del vacío.








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